Inauguramos el día de San Valentín con un pequeño relato. Y si hoy no tienes nada que celebrar, haz precisamente eso, " Celebra que no tienes nada que celebrar ".
Caía la tarde, el sol desaparecía lentamente acariciando las
teclas del viejo piano. Francisco se
estaba tomando un respiro, hasta sus
nudillos empezaban a quejarse. Llevaba todo el día practicando, ni siquiera
había parado para comer. Se preparaba para su primer concierto y los nervios se
apoderaban lentamente de todo su ser. Francisco no concebía la vida sin música, sin
su piano, para él la música era más que un hobby. Todos los días practicaba una
y otra vez hasta llegar a la perfección. No quería fallos, en su primer
concierto no , pensaba una y otra vez. En el piso de arriba, Francisca, su
novia, vivía también inmersa en su hobby, la lectura. Formaban el tándem
perfecto. Ella leía tranquilamente mientras de fondo disfrutaba de las piezas
de aquel piano. Ella nunca protestaba ni
por escuchar la misma melodía una y otra vez porque, sabía que para Francisco
era sumamente importante aquel concierto. Era algo más que un simple concierto,
era el concierto que marcaría el resto de sus vidas. Despendía de aquello para
dar un paso adelante en el mundillo de la música. Sería la prueba final para
una beca a Viena y seguir los pasos de su gran Schubert. Nada le hacía más feliz. Sabía que Francisca
lo acompañaría hasta el fin del mundo si fuera necesario, solo necesitaban un
par de libros para el viaje y las ganas de empezar una nueva aventura. La
aventura que cambiaría para siempre la historia de sus vidas.
Llegó la hora… el piano lucía magestuoso en aquel escenario,
el público expectante esperaba impaciente la retirada del telón. Francisco no
pudo resistir su curiosidad y apartó rápidamente un trocito de cortina para
mirar el teatro. No se lo podía creer, lleno absoluto. Su cara se iluminó de
alegría y a la vez de temor, no quería fallar, no podía fallar.
Francisca, se encontraba
tranquila, porque sabía que Francisco daría lo mejor de sí. Confiaba en
su tesón, sabía que no defraudaría, sabía que él y su piano serían uno solo
fundidos en el escenario.
El telón se abre de par en par, una luz tenue se abre paso poco a poco para
destacar a Francisco y aquel inmenso piano. La música tímidamente se apodera
del silencio para dar paso a una melodía sublime. Ya está piensa Francisco, ya
está, ahora solo tengo que dejarme llevar….
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